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Las agostas e impolutas callejuelas del barrio judio me llevan directamente a la explanada del Muro, antesala de uno de los lugares más críticos de la ciudad, espacio que divide dos mundos contrapuestos que se miran con recelo y disputan esta milenaria ciudad.

El trasiego de judios ortodoxos se confunde con el de los turistas, muchos de ellos, peregrinos judíos de diferentes países de planeta que regresan, por unos días, a la “tierra prometida”.

Aquí me preparo, antes de penetrar con mi cámara en el recinto sagrado e intentar confundirme con los rostros absortos en el estudio del talmud y de la súplica y el agradecimiento arropado en el murmullo de la oración.

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